Una película con décadas en producción

He estado contando esta historia desde que tenía seis años. Cuando mi papá desapareció, la historia me ayudó a mantenerlo cerca de mi. Si papá no podía estar a mi lado, yo podría al menos mantenerlo en mi mente y en las mentes de aquellos a mi alrededor al hablar del misterio de su ausencia. Sólo tenía que decirles que mi papá se había ido a la Gran Sabana y aún no había regresado para obtener su atención absoluta. Los adultos me miraban con una mezcla de curiosidad cautelosa y compasión. Los ojos de los niñas se llenaban de interés desenfrenado, sus bocas emitiendo un sin fin de preguntas a las cuales yo no tenía respuesta. Me contaban lo que algunos adultos decían cuando yo no estaba presente para oírlos. En susurros, mis compañeros de clase y vecinos me decían que mi padre nunca regresaría, que estaba sin vida al pie de un árbol frondoso. Me decían que se había ido con otra mujer y tenía una nueva familia. Su amor por mi—tan innegable en mi memoria—no había sido lo suficientemente fuerte como para mantenerlo a mi lado.

Los rumores, fabricados por adultos para acortar el tráfico implacable de Caracas y darle sabor a conversaciones tediosas de cena, llegaban a mi como un juego de telefonito, con los adornos y las traducciones inexactas de niños tratando de procesar realidades lúgubres. El más maligno de los rumores vino de una amiga. Con su cara llena de sincera preocupación me explicó que su mamá le había dicho que si yo no paraba de pensar en mi papá me iba a volver demente. En mi imaginación de niña la locura tomaba la forma del ojo de un huracán gris dentro del cual todos mis pensamientos girarían por siempre a violenta velocidad alrededor de un centro rojizo. Mientras más trataba de evitar pensar en mi padre y no lo lograba, más me atormentaba la posibilidad de perderme en el huracán.

Mi padre pasó gran parte de su vida adulta investigando cómo usar biorretroalimentación para ayudar a las personas a controlar su estrés a través de respiración y meditación y recibir prueba de que sus esfuerzos estaban funcionando.

Después de dos años de temer que me perdería para siempre dentro de feroces vientos circulares, emergí determinada a controlar la historia de mi padre y también mi propia historia. Decidí que seguiría los pasos de él y de mi abuela y me convertiría en escritora. A los ocho años le dije a mi mamá que iba a escribir un libro sobre mi papá que iba a tener por lo menos 200 páginas. Ella me respondió con una sonrisa un poco triste y dijo que tal vez podría comenzar con algo un poco más corto. Nunca llegué a escribir una versión de esta historia en la infancia. En cambio, me convertí en investigadora, haciendo interminables preguntas a mis seres queridos hasta que aquellos que me protegían de los pedacitos de verdad que poseían terminaban por ceder a mi curiosidad. Convertí mis décadas de investigación en un documento de 700 páginas (de espacio simple!) que cuenta la historia de nuestra familia y contiene cada pista que desenterré sobre la vida de mi padre y su desaparición.

La historia que late dentro de aquellas páginas serpenteantes ha tomada muchas formas. Escribí varias novelas inconclusas y una memoria aún más inconclusa. Estaba ya avanzada en mi carrera de cineasta cuando me di cuenta que había sólo una forma para este proyecto y esa es la que ha tomado ahora. Sólo un documental me deja dar vida a los rastros que dejó mi papá regados por el mundo: su voz grabada en un cassette, la patente de su invención, cientos de fotos familiares, el breve instante en que baila en los Hamptons captado por la cámara Super 8 de su mejor amigo. Y tan importante como eso, tenemos las caras y voces de a los que nos tocó hacerle sentido a su desaparición. Me di cuenta al convertirme en adulta que aunque de niña quise controlar la historia, no es mi historia. Es una historia colectiva que les pertenece a todos los que conocieron y quisieron a mi padre. A través de un documental puedo recrear un espacio en que compartimos a mi padre con los espectadores de la misma manera en que lidiamos con su ausencia: juntos. No siempre unidos y de acuerdo, pero así y todo juntos.

Cuando soñé que escribiría un libro de más de 200 páginas, Venezuela era un país caótico pero semifuncional. Ahora, dos décadas después que un régimen populista ha consumido a mi país, hemos expandido la historia para incluir esta nueva pérdida al contar como los personajes de la película y sus vidas han sido afectados por esta tragedia nacional. De cierta forma, haber superado la pérdida de mi papá nos ha ayudado a sobrellevar la pérdida de la Venezuela que conocimos y amamos. Al igual que miles de familias venezolanas, nos encontramos dispersos por el mundo ya que nuestros seres más cercanos huyen de la patria para reconstruir sus vidas en otros países. Nos aferramos los unos a los otros a través de conversaciones telefónicas y fotos enviadas por texto, a través de paquetes llenos de perolitos y notas escritas a mano. Si nuestro amor a mi padre puede sobrevivir su desaparición, nuestro amor del uno al otro puede cruzar los océanos y fronteras que nos dividen.

Mi meta era hacer una película sobre el amor. Sobre el amor perdido, sí, pero también el amor transformado, recuperado y usado para honrar a aquellos que están ausentes, a aquellos que comparten nuestro dolor y también a quien fuimos en el pasado y ya no somos. Hemos descubierto como hacer esa película al reunir un grupo de personas talentosas y brillantes en frente y detrás de las cámaras. Me emociona pronto poder compartir el producto final con ustedes.