A Papá le encantaba llevarme en aventuras. Íbamos al cine y a parques de atracciones, pero lo que más nos gustaba eran nuestras caminatas por la naturaleza en las cuales inventábamos historias de pájaros, hojas y nubes.
La guitarra de mi papá pasó años en el closet de mi mamá. Yo la sacaba de su caja y tímidamente tocaba sus cuerdas. Son las mismas cuerdas que mis hijos ahora exploran y mi marido toca todas las noches antes de dormir.
Cuando tenía 20 años, mi Tía Yarima me dio este bastón, diciendo que había sido de mi padre. Me dijo que podía ser mío pero sólo si adivinaba lo que hacía. A pesar que no recordaba el bastón, instintivamente removí la cabeza del perro y conseguí la espada.
Papá me contaba sobre el pájaro azul de la felicidad. Me decía que lo había visto volando y cuando yo le preguntaba si lo había atrapado para yo poder verlo, me respondía que no debía atraparse nunca. Así y todo lo capturó en esta tarjeta.
Cuando mi papá desapareció, dejó atrás pocas posesiones que me pudieran ayudar a comprenderlo. Las he mantenido a mi lado a través de incontables mudanzas en tres países.